Quedaos en la trinchera y luego corred comienza el día 28 de julio de 1914, el mismo día en el que el Imperio Austrohúngaro declara la guerra a Serbia y el mismo día en el que las nubes de guerra se verían en toda Europa hasta casi cuatro años y medio después.
La historia comienza con un niño, Alfie, que el día de su cumpleaños ve a su padre, lechero de profesión, entrar en casa vestido de militar, lo cual solo podía significar una cosa: se estaba llamando a voluntarios en toda Gran Bretaña y su padre se había alistado. El libro muestra desde la perspectiva de este niño cómo se ve la propia vida civil en una guerra: judíos provenientes de Praga enviados a la Isla de Man, las calles desiertas de hombres jóvenes, pues todos estaban en Francia, la dura vida de su madre, una mujer sola, que tiene que sacar a su hijo adelante sin ayuda de nadie, la peligrosa situación de los objetores, que eran perseguidos y cruelmente castigados a causa de “no ser patriotas”, las esperanzas de un niño que quiere volver a ver a su padre y que poco a poco se van diluyendo en el contexto de lo que sería una de las guerras más sangrientas de la historia, las duras secuelas de la guerra, no solo las físicas, sino las mentales, y la precaria situación de los niños en este contexto. Sin duda es un libro digno de ser leído, simplemente por las enseñanzas y valores que transmite.
Y me gustaría concluir con una de las frases que más me llamó la atención del libro: “Los críos de nueve años suelen cumplir diez antes o después. Son los críos de diecinueve los que tienen dificultades para cumplir veinte”.